viernes, 23 de noviembre de 2007

Un mensaje para las nuevas generaciones

Actualmente preparo un texto sobre el punk y eso me ha hecho revisar en mi baúl de recuerdos algunas lecturas y algunas rolitas. Debo aclarar que a pesar de la fascinación que siempre despertó en mi dicho movimiento, siempre me faltaron huevos para ser un punk de verdad (digamos que fui uno de closet).

Ahora que hasta los de RBD se pintan los ojos y usan ropa escolar modificada, pos ya no tiene chiste radicalizarse en el aspecto personal (además ya estoy muy viejo y muy gordo para ir por la vida con look punk). Ni que decir de la onda happy punk que siempre me ha parecido una tomadura de pelo (además de una aberración, ya que no se puede ser punk y ser optimista). En gran parte lo chingón de los punketos era que se asumían como los antihéroes de la película (y todo antihéroe es trágico). La onda no era solo parecer una lacra inconforme, sino serlo de verdad, y no por una explosión de rebeldía hormonal, sino por la convicción de que el mundo heredado por los mayores era (es) una porquería y alguien tenía que pagarlo.

Pero bueno, el caso es que la elaboración de dicho ensayito me puso a pensar en el momento de mi tierna infancia cuando tuve la oportunidad de escuchar a The Clash. Desde entonces The Clash es una de mis bandas favoritas. Los Sex Pistols me caen a toda madre y me parece que eran los que tenían la actitud más cabrona de la escena, pero el talento, sin duda, lo tenían Joe Strummer, Mick Jones, Paul Simonon y demás miembros. Para confirmarlo por sus propios oídos, les invito a escuchar London Calling, uno de los álbumes más chingones que ha dado el rock.

Pensando en todo lo anterior, me di a la tarea de traducir una de sus canciones más emblemáticas y menos choteadas, pero también una de las más entrañables: All the young punks, que es como una especie de mensaje hacia los jóvenes que dudaban en radicalizarse, misma que posteo en este blog y data de 1978. Como podrán notar, es una versión muuuuy libre de la original que le dedico al punk que todos llevamos dentro. De los maestros Jones y Strummer (Q. E. D. D. -que echando desmadre descanse).

¡Hey!, banda punk

Me siento condenado a morir en esta maldita plaza comercial,

agotado por estar parado tanto tiempo

y en eso, miro caminando a unos lacras

y comenzamos a platicar.

Yo se que debo cantar

lo se como ellos saben

cuál actitud tomar.

Uno tiene una Les Paul

que produce infartos.

¡Hey!, banda punk

búrlense del mundo,

pues no hay tantas razones para llorar,

no sean pendejos

disfruten ahora

al fin, no hay muchas razones para dar la vida.

Todos esperamos el caos

mientras andamos en el desmadre del rock and roll,

(cuando hayamos valido madres

pondremos nuestro nombre en un póster).

Por supuesto, tenemos quien nos administra:

un mafioso,

pues un contrato siempre es un pacto con el diablo.

Si firmas por un año

deberás esforzarte y trabajar.

Esforzarte incluso para dormir,

hasta hacerte mierda la espalda,

aunque aun no haya terminado la semana.

Frente a ti el futuro brilla

como una pieza de oro,

pero si te acercas

es más como una lámpara de petróleo.

Pero eso es mejor que una fábrica.

No es momento de desaprovechar tu juventud trabajando,

yo lo hice una semana

para quedarme con las botas.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

El fulgor y el negativo

El fulgor y el negativo: instantáneas sobre Fitzgerald

por Rogelio Flores

1

Impecable. Siempre que he visto fotografías de Francis Scott Fitzgerald, luce así. Trajes elegantes, el cabello perfectamente cortado, una sonrisa a medio esbozar, y un sutil y dandístico asomo de tristeza en la mirada. Se dice que fue un hombre guapo y a veces encantador; no siempre, porque era impertinente como todos los borrachos (“Cuando estoy sobrio no puedo soportar a la gente, y cuando estoy borracho, es la gente la que no me soporta a mí”, decía). Parece, incluso, que fue un hombre atractivo hasta el día de su deceso, a los 44 años, en el momento menos oportuno. De morir más joven, habría tenido un resplandeciente final, muy ad hoc a su obra de glorias efímeras; de haberlo hecho después, quizá habría recuperado el respeto del mundo literario con su novela, El último magnate, ya concluida.

No fue de ese modo. El final llegó de forma injusta, en el momento que luchaba por sobreponerse a la decadencia, en medio de la pobreza y el descrédito. La causa, el alcohol. No me queda claro, si fue por un consumo excesivo o por una crisis de abstinencia (quiero pensar que fue lo primero).

2

Los grandes escritores son el mejor personaje de su obra. Scott Fitzgerald, tuvo una vida signada y maldecida por el éxito y por eso fue trágica –que no melodramática- en toda la extensión de la palabra. El éxito –completamente merecido- le dio todo y también se lo quitó. “En una noche de zozobra y desesperación preparé una maleta y me alejé mil millas a fin de reflexionar en cuanto a todo este asunto. Alquilé un cuarto de un dólar en un sombrío pueblo donde no conocía a nadie, e invertí todo el dinero que llevaba en una dotación de carne cocida, galletas y manzanas. Pero que esto no se entienda como que el hecho de cambiar de un mundo más bien pletórico a uno comparativamente ascético tuvo que ver con una actitud extravagante de investigación; lo único que deseaba era gozar de absoluta tranquilidad a fin de averiguar por qué había desarrollado una actitud triste hacia la tristeza, una actitud melancólica hacia la melancolía y una actitud trágica hacia la tragedia; por qué es que había llegado a identificarme con los objetos de mi horror o compasión”

3

“La poesía no implica dar rienda suelta a las emociones, sino escapar de éstas; no entraña la expresión de la personalidad, sino un escape de ella. Pero, por supuesto. Sólo quienes poseen personalidad y emociones saben lo que significa desear escapar de éstas”.

4

Pocos hombres son bendecidos con el genio y el despilfarro del genio tiene un precio muy alto. Fitzgerald dilapidó el suyo en aras de una vida de frivolidades y excesos, seducido por el canto de una sirena –también alcohólica- que derivó en arpía: la terrible y encantadora pirómana, Zelda Sayre, el amor de su vida.

5

Zelda inspiró a todas las heroínas de la obra de Fitzgerald, mujeres hermosas con un pincelazo de perversión y bondad en el alma, al mismo tiempo que frágiles, felices y amorosas; egoístas e infantiles, pero más que nada, inteligentes. Pero no con una inteligencia fruto del conocimiento o la educación, sino una inteligencia innata y explosiva. Tal como Gloria, de Hermosos y malditos, “Quería lo que quieren la mayoría de las mujeres, pero lo quería más violenta y apasionadamente”.

6

Zelda no sólo fue su inspiración para escribir, sino también para vivir.

7

“Sólo se quiebran los triunfadores, los fracasados, en cambio, son indestructibles”, dice el maestro Eusebio Ruvalcaba. Fitzgerald fue uno y otro. Basta asomarse a lo más superficial de su biografía, para saber que se paseó -elegante y patéticamente- en ambos mundos. Nadie como él representa las aspiraciones de todo escritor joven, a los 23 años obtiene la fama y la fortuna con su primera novela A este lado del paraíso, con ese triunfo el amor de Zelda viene de la mano. Su consagración literaría vendría con El Gran Gatsby, considerada por T. S. Elliot como una obra maestra.

8

Fitzgerald escribió El Gran Gatsby en cinco meses.

9

Zelda pierde la razón y tras un intento de incendiar su casa con su hija, la pequeña “Scottie”, adentro, termina sus días en un manicomio, donde muere en un incendio (algo que, afortunadamente, ya no vivió Scott). Él, mientras tanto, experimenta en sus últimos años el perverso coqueteo de la miseria y el menosprecio de la crítica y el publico que alguna vez lo amaron, llegando a escribir para revistas insulsas, entre ellas Reader’s Diagest, o guiones de cine que pocas veces se filmaban (“Me encantaría despertarme una mañana y decir: hoy, ninguna preocupación, ninguna deuda, ningún prestamista, ninguna prostitución mental”).

10

Sobre su estadía en la Meca del Cine, el gran Billy Wilder (Sunset Boulevard) llegó a decir “Llevar a Hollywood a Scott Fitzgerald, es como pedir a un escultor que repare cañerías”.

11

En Las nieves del Kilimajaro y en París era una fiesta su amigo y discípulo, Ernest Hemingway, no tiene empacho en satirizarlo y burlarse de él, su maestro (a quien a pesar de todo siempre admiró). Fuera de su obra no pierde oportunidad para criticar en él una actitud de poca hombría ante su mujer y lambisconería para con los hombres poderosos. Hemingway aborrecía que Fitzgerald, en el ánimo de complacer a editores ignorantes, cambiara los finales de sus cuentos para que estos fuesen publicados. Lo cierto es que él lo hacia para obtener dinero y bebérselo inmediatamente. Su sed de gloria literaria había sido saciada con creces, no la del alcohol, no la de autodestrucción.

12

Para Francis Scott, Hemingway hablaba con la autoridad –y la soberbia- del éxito. Él se limitaría a responder: “Yo hablo con la autoridad que da el fracaso”.

13

Antes de la publicación de Adiós a las armas, de Hemingway, Fitzgerald leyó un manuscrito preliminar al que hizo agudas –aunque cordiales- observaciones, y del que resumiría entusiasmado “es un libro hermoso”. Conociendo el carácter iracundo de Ernest, Fitzgerald le advierte sobre sus recomendaciones: “Nuestra vieja y golpeada amistad probablemente no sobreviva a esto, pero ahí va… mejor yo que algún desconocido de la Crítica Literaria al que no le importes tú ni tu futuro”. En 1954 Hemingway obtiene el Premio Nobel de literatura.

14

En la obra de Fitzgerlad es evidente una aversión hacia la doble moral de la case privilegiada que retrata y aparentemente admira, lo que de algún modo, lo separa de ellos. En su libro de correspondencia, titulado discretamente como Cartas, aclara con un tal Robert D. Clark –amigo de juventud- su nulo interés de ser aceptado por los jóvenes emprendedores de su generación.

“¿Cuál es toda esa “verdadera gente” que “genera negocios y política” y cuya aprobación debería codiciar tanto?, ¿Te refieres a los especuladores que acumulan azúcar en sus depósitos para que la gente tenga que abstenerse, o a los canallas que gracias al soborno y la preparación universitaria se las arreglan para manejar elecciones? (…) ¿Quién demonios respetó alguna vez a Shelley, Whitman, Poe, O. Henry, Verlaine, Swinburne, Villon, Shakespeare, etc., cuando estaban vivos? A Shelley y Swinburne los echaron del colegio; Verlaine y O. Henry estuvieron presos. El resto fueron borrachos o libertinos, algo que la gente decente no toleraría, según les decían regularmente los comerciantes, los políticos insignificantes y los mesías baratos de la época. Y los mercaderes y los mesías, los astutos y los obtusos, son polvo… y los otros siguen viviendo. (…) Los Rousseau, Marx y Tolstoi –hombres de pensamiento, te hago notar, hombres “impracticos”, “idealistas”- hicieron más para decidir la comida que comes y las cosas que piensas y haces, que todos los millones de Roosvelt y Rockefeller que se pavonean 20 años balbuceando frases como 100% americano (lo cual significa 99% pueblerino idiota) y mueren con una lisonjita complaciente al Dios ridículo y cruel que instalaron en su corazón.”


15

Es necesario releer esto: “al Dios ridículo y cruel que instalaron en su corazón”.

16

Pero es la alegría irresponsable el tema principal de su obra: el eterno desvelo del champagne y la fiesta, el lujo, el amor, las vacaciones irrepetibles. En suma, de la felicidad etérea y casi inaprensible, fugaz como el flash de una cámara fotográfica afuera del teatro de moda. A mi parecer la narrativa de Fitzgerald (algo tan hermoso, parafraseándolo, no puede ser moral) es el papel fotográfico que congela esa imagen efímera tomada a las puertas de este teatro de moda hipotético, y hace de ese instante, algo eterno.

17

Un párrafo de Luis Antonio de Villena, de su libro de ensayos Biografía del fracaso: “De haber existido el rock, Scott podría haber hecho letras a lo Tom Waits. Podría haberse echado a la cloaca. Haber sido un desesperado. Pero se limitó a dejarse caer. No soportó –o no quiso soportar- que la juventud, la felicidad y el sueño de la noche de verano pudieran desvanecerse como se desvanecen. Se dedicó a testimoniar que la felicidad es ilusoria, y quien se cree dichoso no sabe nada”.

18

Oscuro. Siempre que he visto fotografías de Francis Scott Fitzgerald, luce impecable, pero también oscuro. Debajo de la elegancia, anida esa tristeza que solo asoma por su mirada. En casi todos esas fotografías, se hace acompañar de Zelda, hermosa y radiante como un lucero (o mejor dicho, como un cometa cuya trayectoria es descendente). Ambos hermosos y malditos, ambos deslumbrantes. Pero como bien sabemos, a toda fotografía resplandeciente acecha un negativo sumamente oscuro, y como diría George Bataille, la oscuridad no miente.

jueves, 8 de noviembre de 2007

A toda madre

1)

Cosa extraña, hoy amanecí de un excelente humor. En gran parte se debe a que hoy es mi día de descanso. En fín, el clima está de poca madre, ando estrenando blog, en la noche se presenta una nueva antología de cuentos dónde aparece uno de mis inéditos (que no es por nada, pero ésta de huevos) y cosa de unos munitos fui al mercado por un jugo "antigripal" de un litro, al que después de reducirle la tercera parte del contenido, asesté un buen putazo de vodka. Me siento como Juan Gabriel cuando cantaba "Buenos días señor sol".


2)

Pero detrás de toda felicidad, asecha un oscuro pensamiento de pesimismo: no tengo mujer, no estoy enamorado y no extraño a nadie. Estoy solo y mi alma (que no es la mejor compañía, por cierto). Por eso tomé mis precauciones (el putazo de vodka), pues como dice la sabiduría popular, toda felicidad que no proviene del alcohol es ilusoria. En un par dar de horas continuaré bebiendo con mi bróder Ernesto.

3)

Un texto de un Maestro tapatío que -maldita sea- no tuve a la mano la última vez que me mandaron al diablo (por cierto, una tapatía):

Armisticio

Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos vemos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso en ruinas.

Juan José Arreola
De Narrativa completa, Alfaguara, México 1997.



4)

Qué chingón era Arreola. Me pone de muy buen humor leerlo.